viernes, 20 de agosto de 2010

EL CARACOL. El peor enemigo del corredor de fondo.



¿ A quién no le ha atacado o asustado un perro en un entrenamiento ?
¿ Quién no se ha tragado un insecto volador mientras corría con la boca abierta (hasta el límite de resistencia de la mandíbula para inhalar el máximo de aire posible) con la molestia que supone que el animalito deambule libremente entre alveolos y bronquiolos?
¿ Quién no se ha acordado de la madre del conductor que te ha pasado a 400 por hora a dos centímetros del codo ?

La verdad es que a los corredores siempre nos acecha el peligro y nunca sabemos por donde aparecerá ni quién será nuestro próximo enemigo. El caso que voy a explicar es verídico y me pasó este mes de agosto estando de vacaciones:

Salía a trotar solo desde mi lugar de residencia estival y antes de cumplir mis primeros cinco minutos de carrera, un señor inmigrante que esperaba en una parada de autobús, muy educadamente me para y me pregunta si en el pueblo era día de mercado. Le digo que sí y él me pregunta por segunda vez que si sabía el horario del autobús. Le digo que el pueblo no está lejos a 10 minutos caminando y que pasan pocos autobuses. Entonces me enseña una caja de madera ( de las de la fruta) cargada de un montón de bolsas de más o menos un kilo repletas de caracoles. Calculo que habría por lo menos 15 ó 20 kilos de caracoles. Una vez visto esto comprendí que no quisiera ir caminando cargado con tanto peso.



Procedimos entonces a investigar si en la parada había información sobre el horario y si los caracoles menores de 6 años tenían que pagar el billete ( lo cual le habría salido por un ojo de la cara). Pero no nos dio tiempo de una cosa ni de otra, pues sin saber como ni de donde habían salido, un par de policías locales nos dieron el alto ( y eso que ya estábamos parados). Nos giramos y nos preguntan que que hacíamos allí, a lo que respondo, que mirábamos el horario del bus pero que ahí no ponía nada. Luego el que sabía hablar de los dos polis, pues el otro no decía nada, nos pregunta que adonde íbamos con eso ( señalando la caja de caracoles), aquí me callé y dejé hablar al señor inmigrante, que reconoció que eran suyos. Hecha esta confesión pedí permiso para seguir corriendo y el municipal que parecía mudo me dijo que sí.
No había corrido ni cinco metros cuando el poli preguntón con un grito que me pareció poco educado me dijo, " oye ven aquí", y yo, vuelta atrás, ¡ Así no hay quién entrene !
Cuando llegué al lugar exacto donde me había dicho que llegara, el inmigrante asustado estaba respondiendo a la pregunta de para que quería tantos caracoles, no fuera a darse el caso que quisiera comerciar con ellos, a lo que respondió que eran para consumo propio, cosa que el poli no parecía creer. No es por darle la razón al municipal, pero a mi también me parecían muchos cuernos para una sola boca. En esas que me pregunta a mí si conocía el destino final de los animalitos, le digo que no, que no los había visto nunca, que no conocía a ese señor inmigrante y de como el destino nos había unido en esa parada de autobús. El señor inmigrante con toda sinceridad da fe de mi declaración y reconoce que no nos conocemos.
Vuelvo a preguntar por segunda vez que si me puedo ir que me estoy enfriando, pero esta vez al poli preguntón, el cual con cara de perdonavidas del oeste americano me indica que tengo su permiso, pero que se ha quedado con mi cara.
Transcurridos 45 minutos de tranquilo rodaje sin más incidentes, vuelvo a pasar por el lugar de los hechos pero por el lado contrario de la carretera sin tenerlas todas conmigo de que me volvieran a parar, ya que todavía andaban por allí. No entiendo que necesitaran tanto rato para esa gestión rutinaria, a no ser que ... el poli preguntón estuviera interrogando uno a uno a todos los caracoles.

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